martes, 8 de enero de 2019

TEXTO DE DESCARTES

Discurso del método. Parte II

Pero al igual que un hombre que camina solo y en la oscuridad, tomé la resolución de avanzar tan lentamente y de usar tal circunspección en todas las cosas que aunque avanzase muy poco, al menos me cuidaría al máximo de caer. Por otra parte, no quise comenzar a rechazar por completo algunas de las opiniones que hubiesen podido deslizarse durante otra etapa de mi vida en mis creencias sin haber sido asimiladas en la virtud de la razón, hasta que no hubiese empleado el tiempo suficiente para completar el proyecto emprendido e indagar el verdadero método con el fin de conseguir el conocimiento de todas las cosas de las que mi espíritu fuera capaz.
Había estudiado un poco, siendo más joven, la lógica de entre las partes de la filosofía; de las matemáticas el análisis de los geómetras y el álgebra. Tres artes o ciencias que debían contribuir en algo a mi propósito. Pero habiéndolas examinado, me percaté que en relación con la lógica, sus silogismos y la mayor parte de sus reglas sirven más para explicar a otras cuestiones ya conocidas o, también, como sucede con el arte de Lulio, para hablar sin juicio de aquellas que se ignoran que para llegar a conocerlas. Y si bien la lógica contiene muchos preceptos verdaderos y muy adecuados, hay, sin embargo, mezclados con estos otros muchos que o bien son perjudiciales o bien superfluos, de modo que es tan difícil separarlos como sacar una Diana o una Minerva de un bloque de mármol aún no trabajado. Igualmente, en relación con el análisis de los antiguos o el álgebra de los modernos, además de que no se refieren sino a muy abstractas materias que parecen carecer de todo uso, el primero está tan circunscrito a la consideración de las figuras que no permite ejercer el entendimiento sin fatigar excesivamente la imaginación. La segunda está tan sometida a ciertas reglas y cifras que se ha convertido en un arte confuso y oscuro capaz de distorsionar el ingenio en vez de ser una ciencia que favorezca su desarrollo. Todo esto fue la causa por la que pensaba que era preciso indagar otro método que, asimilando las ventajas de estos tres, estuviera exento de sus defectos. Y como la multiplicidad de leyes frecuentemente sirve para los vicios de tal forma que un Estado está mejor regido cuando no existen más que unas pocas leyes que son minuciosamente observadas, de la misma forma, en lugar del gran número de preceptos del cual está compuesta la lógica, estimé que tendría suficiente con los cuatro siguientes con tal de que tomase la firme y constante resolución de no incumplir ni una sola vez su observancia.
El primero consistía en no admitir cosa alguna como verdadera si no se la había conocido evidentemente como tal. Es decir, con todo cuidado debía evitar la precipitación y la prevención, admitiendo exclusivamente en mis juicios aquello que se presentara tan clara y distintamente a mi espíritu que no tuviera motivo alguno para ponerlo en duda.
El segundo exigía que dividiese cada una de las dificultades a examinar en tantas parcelas como fuera posible y necesario para resolverlas más fácilmente.
El tercero requería conducir por orden mis reflexiones comenzando por los objetos más simples y más fácilmente cognoscibles, para ascender poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más complejos, suponiendo inclusive un orden entre aquellos que no se preceden naturalmente los unos a los otros.
Según el último de estos preceptos debería realizar recuentos tan completos y revisiones tan amplias que pudiese estar seguro de no omitir nada.
Las largas cadenas de razones simples y fáciles, por medio de las cuales generalmente los geómetras llegan a alcanzar las demostraciones más difíciles, me habían proporcionado la ocasión de imaginar que todas las cosas que pueden ser objeto del conocimiento de los hombres se entrelazan de igual forma y que, absteniéndose de admitir como verdadera alguna que no lo sea y guardando siempre el orden necesario para deducir unas de otras, no puede haber algunas tan alejadas de nuestro conocimiento que no podamos, finalmente, conocer ni tan ocultas que no podamos llegar a descubrir. No supuso para mí una gran dificultad el decidir por cuales era necesario iniciar el estudio: previamente sabía que debía ser por las más simples y las más fácilmente cognoscibles. Y considerando que entre todos aquellos que han intentado buscar la verdad en el campo de las ciencias, solamente los matemáticos han establecido algunas demostraciones, es decir, algunas razones ciertas y evidentes, no dudaba que debía comenzar por las mismas que ellos habían examinado. No esperaba alcanzar alguna unidad si exceptuamos el que habituarían mi ingenio a considerar atentamente la verdad y a no contentarse con falsas razones. Pero, por ello, no llegué a tener el deseo de conocer todas las ciencias particulares que comúnmente se conocen como matemáticas, pues viendo que aunque sus objetos son diferentes, sin embargo, no dejan de tener en común el que no consideran otra cosa, sino las diversas relaciones y posibles proporciones que entre los mismos se dan, pensaba que poseían un mayor interés que examinase solamente las proporciones en general y en relación con aquellos sujetos que servirían para hacer más cómodo el conocimiento. Es más, sin vincularlas en forma alguna a ellos para poder aplicarlas tanto mejor a todos aquellos que conviniera. Posteriormente, habiendo advertido que para analizar tales proporciones tendría necesidad en alguna ocasión de considerar a cada una en particular y en otras ocasiones solamente debería retener o comprender varias conjuntamente en mi memoria, opinaba que para mejor analizarlas en particular, debía suponer que se daban entre líneas puesto que no encontraba nada más simple ni que pudiera representar con mayor distinción ante mi imaginación y sentidos; pero para retener o considerar varias conjuntamente, era preciso que las diera a conocer mediante algunas cifras, lo más breves que fuera posible. Por este medio recogería lo mejor que se da en el análisis geométrico y en el álgebra, corrigiendo, a la vez, los defectos de una mediante los procedimientos de la otra.
Y como, en efecto, la exacta observancia de estos escasos preceptos que había escogido, me proporcionó tal facilidad para resolver todas las cuestiones, tratadas por estas dos ciencias, que en dos o tres meses que empleé en su examen, habiendo comenzado por las más simples y más generales, siendo, a la vez, cada verdad que encontraba una regla útil con vistas a alcanzar otras verdades, no solamente llegué a concluir el análisis de cuestiones que en otra ocasión había juzgado de gran dificultad, sino que también me pareció, cuando concluía este trabajo, que podía determinar en tales cuestiones en qué medios y hasta dónde era posible alcanzar soluciones de lo que ignoraba. En lo cual no pareceré ser excesivamente vanidoso si se considera que no habiendo más que un conocimiento verdadero de cada cosa, aquel que lo posee conoce cuanto se puede saber. Así un niño instruido en aritmética, habiendo realizado una suma según las reglas pertinentes puede estar seguro de haber alcanzado todo aquello de que es capaz el ingenio humano en lo relacionado con la suma que él examina. Pues el método que nos enseña a seguir el verdadero orden y a enumerar verdaderamente todas las circunstancias de lo que se investiga, contiene todo lo que confiere certeza a las reglas de la Aritmética.
Pero lo que me producía más agrado de este método era que siguiéndolo estaba seguro de utilizar en todo mi razón, si no de un modo absolutamente perfecto, al menos de la mejor forma que me fue posible. Por otra parte, me daba cuenta de que la práctica del mismo habituaba progresivamente mi ingenio a concebir de forma más clara y distinta sus objetos y puesto que no lo había limitado a materia alguna en particular, me prometía aplicarlo con igual utilidad a dificultades propias de otras ciencias al igual que lo había realizado con las del Álgebra. Con esto no quiero decir que pretendiese examinar todas aquellas dificultades que se presentasen en un primer momento, pues esto hubiera sido contrario al orden que el método prescribe. Pero habiéndome prevenido de que sus principios deberían estar tomados de la filosofía, en la cual no encontraba alguno cierto, pensaba que era necesario ante todo que tratase de establecerlos. Y puesto que era lo más importante en el mundo y se trataba de un tema en el que la precipitación y la prevención eran los defectos que más se debían temer, juzgué que no debía intentar tal tarea hasta que no tuviese una madurez superior a la que se posee a los veintitrés años, que era mi edad, y hasta que no hubiese empleado con anterioridad mucho tiempo en prepararme, tanto desarraigando de mi espíritu todas las malas opiniones y realizando un acopio de experiencias que deberían constituir la materia de mis razonamientos, como ejercitándome siempre en el método que me había prescrito con el fin de afianzarme en su uso cada vez más.

Discurso del método. Parte IV

No sé si debo entreteneros con las primeras meditaciones allí realizadas, pues son tan metafísicas y tan poco comunes, que no serán del gusto de todos. Y sin embargo, con el fin de que se pueda opinar sobre la solidez de los fundamentos que he establecido, me encuentro en cierto modo obligado a referirme a ellas. Hacía tiempo que había advertido que, en relación con las costumbres, es necesario en algunas ocasiones seguir opiniones muy inciertas tal como si fuesen indudables, según he advertido anteriormente. Pero puesto que deseaba entregarme solamente a la búsqueda de la verdad, opinaba que era preciso que hiciese todo lo contrario y que rechazase como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda, con el fin de comprobar si, después de hacer esto, no quedaría algo en mi creencia que fuese enteramente indudable. Así pues, considerando que nuestros sentidos en algunas ocasiones nos inducen a error, decidí suponer que no existía cosa alguna que fuese tal como nos la hacen imaginar. Y puesto que existen hombres que se equivocan al razonar en cuestiones relacionadas con las más sencillas materias de la geometría y que incurren en paralogismos, juzgando que yo, como cualquier otro estaba sujeto a error, rechazaba como falsas todas las razones que hasta entonces había admitido como demostraciones. Y, finalmente, considerando que hasta los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos pueden asaltarnos cuando dormimos, sin que ninguno en tal estado sea verdadero, me resolví a fingir que todas las cosas que hasta entonces habían alcanzado mi espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños. Pero, inmediatamente después, advertí que, mientras deseaba pensar de este modo que todo era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y dándome cuenta de que esta verdad: pienso, luego soy, era tan firme y tan segura que todas las extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de hacerla tambalear, juzgué que podía admitirla sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que yo indagaba.
Posteriormente, examinando con atención lo que yo era, y viendo que podía fingir que carecía de cuerpo, así como que no había mundo o lugar alguno en el que me encontrase, pero que, por ello, no podía fingir que yo no era, sino que por el contrario, sólo a partir de que pensaba dudar acerca de la verdad de otras cosas, se seguía muy evidente y ciertamente que yo era, mientras que, con sólo que hubiese cesado de pensar, aunque el resto de lo que había imaginado hubiese sido verdadero, no tenía razón alguna para creer que yo hubiese sido, llegué a conocer a partir de todo ello que era una sustancia cuya esencia o naturaleza no reside sino en pensar y que tal sustancia, para existir, no tiene necesidad de lugar alguno ni depende de cosa alguna material. De suerte que este yo, es decir, el alma, en virtud de la cual yo soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo, más fácil de conocer que éste y, aunque el cuerpo no fuese, no dejaría de ser todo lo que es.
Analizadas estas cuestiones, reflexionaba en general sobre todo lo que se requiere para afirmar que una proposición es verdadera y cierta, pues, dado que acababa de identificar una que cumplía tal condición, pensaba que también debía conocer en qué consiste esta certeza.
Y habiéndome percatado que nada hay en pienso, luego soy que me asegure que digo la verdad, a no ser que yo veo muy claramente que para pensar es necesario ser, juzgaba que podía admitir como regla general que las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas; no obstante, hay solamente cierta dificultad en identificar correctamente cuáles son aquellas que concebimos distintamente.
A continuación, reflexionando sobre que yo dudaba y que, en consecuencia, mi ser no era
omniperfecto pues claramente comprendía que era una perfección mayor el conocer que el dudar, comencé a indagar de dónde había aprendido a pensar en alguna cosa más perfecta de lo que yo era; conocí con evidencia que debía ser en virtud de alguna naturaleza que realmente fuese más perfecta. En relación con los pensamientos que poseía de seres que existen fuera de mí, tales como el cielo, la tierra, la luz, el calor y otros mil, no encontraba dificultad alguna en conocer de dónde provenían pues no constatando nada en tales pensamientos que me pareciera hacerlos superiores a mí, podía estimar que si eran verdaderos, fueran dependientes de mi naturaleza, en tanto que posee alguna perfección; si no lo eran, que procedían de la nada, es decir, que los tenía porque había defecto en mí. Pero no podía opinar lo mismo acerca de la idea de un ser más perfecto que el mío, pues que procediese de la nada era algo manifiestamente imposible y puesto que no hay una repugnancia menor en que lo más perfecto sea una consecuencia y esté en dependencia de lo menos perfecto, que la existencia en que algo proceda de la nada, concluí que tal idea no podía provenir de mí mismo. De forma que únicamente restaba la alternativa de que hubiese sido inducida en mí por una naturaleza que realmente fuese más perfecta de lo que era la mía y, también, que tuviese en sí todas las perfecciones de las cuales yo podía tener alguna idea, es decir, para explicarlo con una palabra que fuese Dios. A esto añadía que, puesto que conocía algunas perfecciones que en absoluto poseía, no era el único ser que existía (permitidme que use con libertad los términos de la escuela), sino que era necesariamente preciso que existiese otro ser más perfecto del cual dependiese y del que yo hubiese adquirido todo lo que tenía. Pues si hubiese existido solo y con independencia de todo otro ser, de suerte que hubiese tenido por mí mismo todo lo poco que participaba del ser perfecto, hubiese podido, por la misma razón, tener por mí mismo cuanto sabía que me faltaba y, de esta forma, ser infinito, eterno, inmutable, omnisciente, todopoderoso y, en fin, poseer todas las perfecciones que podía comprender que se daban en Dios. Pues siguiendo los razonamientos que acabo de realizar, para conocer la naturaleza de Dios en la medida en que es posible a la mía, solamente debía considerar todas aquellas cosas de las que encontraba en mí alguna idea y si poseerlas o no suponía perfección; estaba seguro de que ninguna de aquellas ideas que indican imperfección estaban en él, pero sí todas las otras. De este modo me percataba de que la duda, la inconstancia, la tristeza y cosas semejantes no pueden estar en Dios, puesto que a mí mismo me hubiese complacido en alto grado el verme libre de ellas. Además de esto, tenía idea de varias cosas sensibles y corporales; pues, aunque supusiese que soñaba y que todo lo que veía o imaginaba era falso, sin embargo, no podía negar que esas ideas estuvieran verdaderamente en mi pensamiento. Pero puesto que había conocido en mí muy claramente que la naturaleza inteligente es distinta de la corporal, considerando que toda composición indica dependencia y que ésta es manifiestamente un defecto, juzgaba por ello que no podía ser una perfección de Dios al estar compuesto de estas dos naturalezas y que, por consiguiente, no lo estaba; por el contrario, pensaba que si existían cuerpos en el mundo o bien algunas inteligencias u otras naturalezas que no fueran totalmente perfectas, su ser debía depender de su poder de forma tal que tales naturalezas no podrían subsistir sin él ni un solo momento.
Posteriormente quise indagar otras verdades y habiéndome propuesto el objeto de los geómetras, que concebía como un cuerpo continuo o un espacio indefinidamente extenso en longitud, anchura y altura o profundidad, divisible en diversas partes, que podían poner diversas figuras y magnitudes, así como ser movidas y trasladadas en todas las direcciones, pues los geómetras suponen esto en su objeto, repasé algunas de las demostraciones más simples. Y habiendo advertido que esta gran certeza que todo el mundo les atribuye, no está fundada sino que se las concibe con evidencia, siguiendo la regla que anteriormente he expuesto, advertí que nada había en ellas que me asegurase de la existencia de su objeto. Así, por ejemplo, estimaba correcto que, suponiendo un triángulo, entonces era preciso que sus tres ángulos fuesen iguales a dos rectos; pero tal razonamiento no me aseguraba que existiese triángulo alguno en el mundo. Por el contrario, examinando de nuevo la idea que tenía de un Ser Perfecto, encontraba que la existencia estaba comprendida en la misma de igual forma que en la del triángulo está comprendida la de que sus tres ángulos sean iguales a dos rectos o en la de una esfera que todas sus partes equidisten del centro e incluso con mayor evidencia. Y, en consecuencia, es por lo menos tan cierto que Dios, el Ser Perfecto, es o existe como lo pueda ser cualquier demostración de la geometría.
Pero lo que motiva que existan muchas personas persuadidas de que hay una gran dificultad en conocerle y, también, en conocer la naturaleza de su alma, es el que jamás elevan su pensamiento sobre las cosas sensibles y que están hasta tal punto habituados a no considerar cuestión alguna que no sean capaces de imaginar (como de pensar propiamente relacionado con las cosas materiales), que todo aquello que no es imaginable, les parece ininteligible. Lo cual es bastante manifiesto en la máxima que los mismos filósofos defienden como verdadera en las escuelas, según la cual nada hay en el entendimiento que previamente no haya impresionado los sentidos. En efecto, las ideas de Dios y el alma nunca han impresionado los sentidos y me parece que los que desean emplear su imaginación para comprenderlas, hacen lo mismo que si quisieran servirse de sus ojos para oír los sonidos o sentir los olores. Existe aún otra diferencia: que el sentido de la vista no nos asegura menos de la verdad de sus objetos que lo hacen los del olfato u oído, mientras que ni nuestra imaginación ni nuestros sentidos podrían asegurarnos cosa alguna si nuestro entendimiento no interviniese.
En fin, si aún hay hombres que no están suficientemente persuadidos de la existencia de Dios y de su alma en virtud de las razones aducidas por mí, deseo que sepan que todas las otras cosas, sobre las cuales piensan estar seguros, como de tener un cuerpo, de la existencia de astros, de una tierra y cosas semejantes, son menos ciertas. Pues, aunque se tenga una seguridad moral de la existencia de tales cosas, que es tal que, a no ser que se peque de extravagancia, no se puede dudar de las mismas, sin embargo, a no ser que se peque de falta de razón, cuando se trata de una certeza metafísica, no se puede negar que sea razón suficiente para no estar enteramente seguro el haber constatado que es posible imaginarse de igual forma, estando dormido, que se tiene otro cuerpo, que se ven otros astros y otra tierra, sin que exista ninguno de tales seres. Pues ¿cómo podemos saber que los pensamientos tenidos en el sueño son más falsos que los otros, dado que frecuentemente no tienen vivacidad y claridad menor? Y aunque los ingenios más capaces estudien esta cuestión cuanto les plazca, no creo puedan dar razón alguna que sea suficiente para disipar esta duda, si no presuponen la existencia de Dios. Pues, en primer lugar, incluso lo que anteriormente he considerado como una regla (a saber: que lo concebido clara y distintamente es verdadero) no es válido más que si Dios existe, es un ser perfecto y todo lo que hay en nosotros procede de él. De donde se sigue que nuestras ideas o nociones, siendo seres reales, que provienen de Dios, en todo aquello en lo que son claras y distintas, no pueden ser sino verdaderas. De modo que, si bien frecuentemente poseemos algunas que encierran falsedad, esto no puede provenir sino de aquellas en las que algo es confuso y oscuro, pues en esto participan de la nada, es decir, que no se dan en nosotros sino porque no somos totalmente perfectos. Es evidente que no existe una repugnancia menor en defender que la falsedad o la imperfección, en tanto que tal, procedan de Dios, que existe en defender que la verdad o perfección proceda de la nada. Pero si no conocemos que todo lo que existe en nosotros de real y verdadero procede de un ser perfecto e infinito, por claras y distintas que fuesen nuestras ideas, no tendríamos razón alguna que nos asegurara de que tales ideas tuviesen la perfección de ser verdaderas.
Por tanto, después de que el conocimiento de Dios y el alma nos han convencido de la certeza de esta regla, es fácil conocer que los sueños que imaginamos cuando dormimos, no deben en forma alguna hacernos dudar de la verdad de los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos. Pues, si sucediese, inclusive durmiendo, que se tuviese alguna idea muy distinta como, por ejemplo, que algún geómetra lograse alguna nueva demostración, su sueño no impediría que fuese verdad. Y en relación con el error más común de nuestros sueños, consistente en representamos diversos objetos de la misma forma que la obtenida por los sentidos exteriores, carece de importancia el que nos dé ocasión para desconfiar de la verdad de tales ideas, pues pueden inducirnos a error frecuentemente sin que durmamos como sucede a aquellos que padecen de ictericia que todo lo ven de color amarillo o cuando los astros u otros cuerpos demasiado alejados nos parecen de tamaño mucho menor del que en realidad poseen. Pues, bien, estemos en estado de vigilia o bien durmamos, jamás debemos dejarnos persuadir sino por la evidencia de nuestra razón. Y es preciso señalar, que yo afirmo, de nuestra razón y no de nuestra imaginación o de nuestros sentidos, pues aunque vemos el sol muy claramente no debemos juzgar por ello que no posea sino el tamaño con que lo vemos y fácilmente podemos imaginar con cierta claridad una cabeza de león unida al cuerpo de una cabra sin que sea preciso concluir que exista en el mundo una quimera, pues la razón no nos dicta que lo que vemos o imaginamos de este modo, sea verdadero. Por el contrario nos dicta que todas nuestras ideas o nociones deben tener algún fundamento de verdad, pues no sería posible que Dios, que es sumamente perfecto y veraz, las haya puesto en nosotros careciendo del mismo. Y puesto que nuestros razonamientos no son jamás tan evidentes ni completos durante el sueño como durante la vigilia, aunque algunas veces nuestras imágenes sean tanto o más vivas y claras, la razón nos dicta igualmente que no pudiendo nuestros pensamientos ser todos verdaderos, ya que nosotros no somos omniperfectos, lo que existe de verdad debe encontrarse infaliblemente en aquellos que tenemos estando despiertos más bien que en los que tenemos mientras soñamos.

DESCARTES

Contexto cultural y filosófico.
La primera mitad del s. XVII, en la que se enmarca el texto, es la época del Barroco, en la que se asiste a la desmembración del orden feudal y al surgimiento de un nuevo orden político y económico en Europa. El siglo XVII se enfrenta con una "crisis de la razón". Las Universidades entran en decadencia y la vida intelectual se centra en los salones y las recién creadas Academias. La filosofía escolástica pierde fuerza creativa. La cultura se nacionaliza. La teología tampoco es capaz de unificar los conocimientos. El Barroco supone una crisis de la sensibilidad: la necesidad de vivir apasionadamente; es una época pesimista ("la locura del mundo" o "mundo al revés"), donde todo es fugaz, contingente, azaroso, aparente. En literatura Calderón expresa la representación de la vida como sueño y tragedia. El claroscuro caracteriza la pintura de Rubens (donde cada escena representa un exceso y un desbordamiento), Velázquez y El Greco. En el ámbito científico, la nueva ciencia de Galileo y Pascal hace imponerse la física matemática frente a la del aristotelismo, Kepler termina de derribar el geocentrismo aristotélico-ptolemaico  y Bacon y Galileo cimentan la necesidad de dotar a las ciencias de un funcionamiento metódico, testigo recogido por Descartes. La búsqueda de Descartes de la certeza -en medio de las dudas y de los engaños del sueño- no es, pues, una búsqueda retórica.
El pensamiento cartesiano se enmarca en el proceso abierto en el Renacimiento con el antropocentrismo, la consolidación del humanismo y el conocimiento científico, y supone la reacción contra los fundamentos de la escolástica y contra la autoridad de la fe como fuente de conocimiento. El Discurso del método surge como solución al escepticismo de Montaigne y Charron. Para estos autores el hombre no puede alcanzar una verdad absoluta, pero la duda es motor de conocimiento, hace que no se estanque. La duda cartesiana será metódica, no escéptica. La corriente racionalista fundada por Descartes toma como referencia la ciencia moderna y como modelo el método matemático. Concede a la razón una importancia radical, aceptando el innatismo de los principios esenciales del conocimiento a partir de los cuales construir el conocimiento deductivamente y despreciando el conocimiento sensorial como fuente no fiable. Descartes, Leibniz y Spinoza son los principales representantes del Racionalismo. Descartes formuló una teoría sobre el mundo físico denominada mecanicismo que intenta explicarlo como una gran máquina y que será precursora de las concepciones materialistas posteriores como la de La Mettrie en su obra El hombre máquina. El Racionalismo encuentra su oposición en el Empirismo británico de Locke y Hume. Ellos, y especialmente Hume, representan la oposición radical a la filosofía cartesiana fundando una corriente que rechaza la existencia de ideas innatas y pone en la información sensorial la fuente y el límite del conocimiento.
Entre sus obras destacamos Meditaciones metafísicas, Los principios de la filosofía, Tratado del mundo, Reglas para la dirección de la mente y Discurso del método, publicado en 1637 como una introducción en francés a tres ensayos científicos.

JUSTIFICACIÓN:

Ante la situación de confusión y desorganización del saber de su época, Descartes cree necesario revisar todo el saber adquirido para eliminar lo que se ha admitido sin un examen suficiente y edificar el conocimiento desde cimientos más sólidos, sobre verdades indudables, que deben ser determinadas como tales por la razón . Para ello es necesario encontrar un método adecuado, fácil de aplicar, que pueda servir para construir todo el edificio del saber, unificando todas las ciencias y todo el saber bajo un método universal y único.
Descartes considera que ese método adecuado ha de tomar como modelo el método matemático, un método basado en el poder creador de la razón, que al margen de la experiencia, es capaz de construir un conocimiento verdadero, es decir, evidente y necesario. La  razón matemática construye conocimiento mediante las operaciones de intuición y deducción . Intuición: captar con la inteligencia los contenidos mentales o ideas que aparecen ante la mente con claridad y distinción; deducción: derivar un contenido mental de otro, unas ideas de otras, en base a las relaciones lógicas que la razón encuentra entre esas ideas o contenidos mentales. Cogiendo lo mejor del método matemático y de la lógica Descartes construye su método basado en unas reglas sencillas para ayudar a la razón en sus operaciones de intuición y deducción evitando confusiones. El método por tanto será el mismo proceder de la razón:
1) Regla de la evidencia. Sólo se ha de tener como verdadero lo evidente o indudable, aquello que se presenta a la razón con claridad y distinción.
2) Regla del Análisis. (Intuición) Descomponer una idea compleja o un problema en sus elementos más simples para poder descubrir o intuir con claridad y distinción las naturalezas simples, los primeros gérmenes de verdades que residen o surgen en la mente (innatismo).
3) Regla de la Síntesis. (Deducción). Deducir desde las ideas simples, mediante relaciones lógicas entre ellas, ideas más complejas. (Reconstruir el problema de lo más simple a lo más complejo). La deducción es un encadenamiento de intuiciones.
4) Regla de la comprobación o enumeración. Comprobar y revisar los procesos de análisis y síntesis para asegurarnos de que se ha hecho completo y sin errores.
La experimentación pasa a un segundo plano, como apoyo para informar sobre las condiciones en las que ocurren los acontecimientos, pero no como fundamento del conocimiento.
Descartes aplica este método al conocimiento matemático para valorar su utilidad. Después lo aplica a la metafísica (filosofía), raíz de todas las ciencias, con el objetivo de encontrar en ella principios seguros.  Para alcanzar ese objetivo Descartes recurre a la duda metódica, que es la fase de análisis del método: dudar de todo, tomar provisionalmente como falso todo lo que es posible poner en duda con el fin de descubrir si hay algo que resista a toda duda, sobre la cual asentará su filosofía. La duda cartesiana es metódica, es un procedimiento de carácter metodológico provisional, distinta de la duda escéptica, que niega la verdad (esta duda no se aplica a los conocimientos religiosos ni a los prácticos.)
Hipótesis de la duda metódica en las que se busca alguna certeza (las hipótesis sucesivas derriban las certezas anteriores). En las dos primeras se pone en tela de juicio la validez de los sentidos como fuente de conocimiento, en las dos últimas se valora la validez de la razón:
1. Falacia de los sentidos: quizás el mundo no es como lo percibimos, pero parece ser indudable que hay un mundo que es la causa de mis sensaciones.
2. Dificultad para distinguir el sueño de la vigilia. Esta hipótesis derriba la certeza anterior. Usando los sentidos como criterio que fundamenta la existencia del mundo, tan real es el mundo soñado como el vivido en estado de vigilia. No obstante hay algo cierto,  despiertos o dormidos: las verdades matemáticas.
3. Los errores de razonamiento. Usar mi razón no es sinónimo de alcanzar verdad, me puedo equivocar en las operaciones matemáticas, en las deducciones…No obstante, siendo riguroso en el procedimiento, podría alcanzar certezas.
4. La hipótesis del genio maligno (que aparece en las Meditaciones metafísicas): esta hipótesis significa la posibilidad del error, aun cuando crea captar la verdad siguiendo un procedimiento.
Pero entonces, ¿No es posible encontrar ninguna verdad absoluta?
Desde la duda Descartes descubre una verdad indudable sobre la cual basar todo el conocimiento: “cogito, ergo sum”, es decir, “pienso, luego soy ”. (“Je pense, donc je suis”). Como la duda es una forma pensamiento, está fuera de toda duda que yo estoy pensando. Aunque lo que piense no exista, sea falso, no se puede dudar de que “yo” estoy pensando, ni, por tanto, de que existo. La verdad del “yo pienso” puedo afirmarla incluso manteniendo la hipótesis del genio maligno. Esta es la primera verdad clara y distinta (certeza), el primer principio evidente (axioma) de la filosofía de Descartes. La proposición “pienso, luego soy” se convierte en el modelo en el que se inspira el criterio cartesiano de verdad: toda idea captada con igual claridad y distinción que el cogito será verdadera.
Ahora comienza la fase de síntesis del método, la deducción de las sustancias:
Partiendo del “cogito” Descartes intuye la naturaleza del Yo: puedo dudar de que no tengo cuerpo y que no ocupo lugar, pero es indudable que para ello pienso, existo como pensamiento, soy una cosa que piensa: la sustancia pensante o res cogitans.
Como Aristóteles, Descartes define lo real en términos sustancialistas, lo real es la sustancia. y la define como“aquello que no necesita de otra cosa más que de sí misma para existir”. Descartes admite dos tipos de sustancia: la sustancia infinita (Dios) que no necesita de otra cosa para existir, y las sustancias finitas que no necesitan de nada para existir excepto de Dios, son la res cogitans o pensamiento (yo pienso) y la res extensa o materia extensa (mundo). Se les denomina sustancia a estas últimas dada la independencia entre ellas, captada con evidencia como se ha explicado anteriormente en la naturaleza del yo.
Las ideas en cuanto actos del pensamiento son iguales, pero en cuanto a su contenido difieren. El  contenido del pensamiento son las ideas o representaciones. Tipos de ideas:
- Adventicias o adquiridas: son las ideas que provienen de la experiencia sensible o de la enseñanza (resultan engañosas dada las dos primeras hipótesis de la duda metódica)
- Facticias o artificiales: inventadas con la imaginación y la fantasía, por ejemplo, idea del animal mitológico llamado centauro. Estas ideas son ilusorias y arbitrarias, no verdaderas.
- Innatas o naturales: son las ideas que emergen de la propia facultad de pensar. Son ideas innatas por ejemplo las ideas de pensamiento y existencia captadas en el cogito.. Sólo las ideas innatas poseen evidencia perfecta y nos conducen al verdadero conocimiento.
Pero no tenemos la seguridad de que estas ideas sean verdaderas o se correspondan con la realidad (aún planea la hipótesis del genio maligno). El problema de Descartes es cómo salir de la subjetividad y llegar a saber si hay cosas objetivas (realidades exteriores al yo pensante) y cómo son estas cosas. La posibilidad de que exista un genio maligno que me engaña en el razonamiento impide que pueda seguir avanzando en el conocimiento. Para tener seguridad absoluta de que lo que percibo con claridad y distinción es verdadero, necesito eliminar la hipótesis del genio maligno. ¿Y cómo? Probando lo contrario, que existe un Dios bueno, en el que no cabe el engaño.
Descartes descubre que entre las ideas innatas del yo pensante se encuentra la idea de perfección. Si Yo dudo (no conozco) es porque soy imperfecto y en mí tengo la idea de perfección (pues de lo contrario no dudaría). ¿De dónde procede esa idea? No puede proceder de mí pues de la imperfección no puede venir lo perfecto. Tiene que venir de fuera, pero no de cualquier cosa, sino que sólo ha podido ser inducida en mí por un ser perfecto, un Ser del que dependo,  que reúne en sí todas las perfecciones que yo pueda pensar y de las que participo en cierto grado. Y si Dios es un ser perfecto, que reúne todas las propiedades, tiene que existir, pues la existencia es una propiedad más -aquí podéis explicar los tres argumentos que demuestran la existencia de Dios utilizando lo dictado en la estructura del texto-. De aquí deduce la existencia de una Res perfecta - infinita o sustancia perfecta - infinita, es decir, Dios,   segundo principio o axioma de la filosofía cartesiana.
Dios que es perfecto, sumamente bueno y veraz , garantiza el criterio de certeza, es decir,  que a mis ideas verdaderas-evidentes- les corresponde una realidad: el mundo o sustancia extensa, cuyos modos son la figura, el tamaño y el movimiento.
Lo real aparece dividido en tres dimensiones : sustancia infinita, sustancia pensante y sustancia extensa. Esta separación tajante entre las tres dimensiones del “ser” fue la causa de que Descartes tuviera problemas para explicar las interacciones que observamos entre lo físico y lo mental (EJ: entre cuerpo y alma-mente en el hombre, glándula pineal); es el llamado problema cartesiano de la incomunicación de las sustancias.
(Partes de esta justificación deberéis exponerla en la pregunta sobre la temática según convenga).

ESTRUCTURA del texto de Descartes:

PARTE II
1. Desde el inicio hasta "...que mi espíritu fuera capaz". Declaración de intenciones: hallar el método que capacita para alcanzar conocimientos ciertos y que aplicará, revisando, al conocimiento anterior.
2. Desde "Había estudiado un poco...." hasta "...no incumplir ni una sola vez su observancia". Inspiración lógico-matemática del método: declara las bondades y errores de la lógica, geometría y álgebra. De la revisión de estas materias deriva las siguientes características para su método:
-De la lógica: que el método sea productivo, dé lugar a nuevos conocimientos.
-Del álgebra y geometría: que sirva para muchas materias y que sea claro y con pocas reglas.
3. Desde "El primero consistía en no admitir..." hasta "...seguro de no omitir nada".  Exposición de las cuatro reglas del método.
4. Desde "Las largas cadenas de razones..." hasta "...al igual que lo había realizado con las del Álgebra". Aplicación del método a las matemáticas y declaración de su provecho (de su funcionalidad):
4.1. Desde "Las largas cadenas de razones..." hasta "...ni tan ocultas que no podamos llegar a descubrir". Aparece la inspiración matemática del método cartesiano: la geometría procede como lo hace la razón, nuestra razón es una razón matemática: intuye y deduce, que son las fases de análisis y síntesis del método. Con el método encontramos todas las verdades, apareciendo el ideal racionalista de autosuficiencia de la razón.
4.2. Desde "No supuso para mí una gran dificultad..." hasta "...los defectos d una de estas ciencias mediante los procedimientos de la otra". Aplicación del método a la matemática, ejercitándonos en su uso y Descartes presenta un ejemplo de esto. Aparece también el ideal de una ciencia única, fruto de la aplicación del único método por la razón.
4.3. Desde "Y como, en efecto, la exacta observancia..." hasta "...confiere certeza a las reglas de la Aritmética". Otra ventaja: no solo permite encontrar con facilidad todas las verdades, sino alcanzar certeza, porque sabemos el medio o el instrumento (el método) para hallarla.
4.4. Desde "Pero lo que me producía más agrado..." hasta "...al igual que lo había realizado con las del Álgebra". Una bondad importante es que con la utilización del método se pone en funcionamiento toda la razón (las fases del método son el mismo proceder de la razón  -intuición/deducción- ). Vuelve a aparecer el ideal de un método único, universal, válido para todas las ciencias.
5. Desde "Con esto no quiero decir que pretendiese examinar..." hasta el final de la Parte II. Intención de aplicar el método a otras ciencias. ¿Cómo? Aplicándolo a la filosofía, de la que las ciencias toman sus principios, intentando establecer tales principios. Antes será necesario un proceso de preparación: evitar prejuicios, reunir material sobre el que aplicar el método y ejercitarse en él.
PARTE IV
1. Desde el inicio hasta "...primer principio de la filosofía que yo indagaba". Explicación de los fundamentos del conocimiento o principios de la filosofía a los que se refiere el final de la Parte II, que proporcionan la certeza en el conocimiento en el ámbito teórico, no en el práctico. ¿Cómo? Con la “duda metódica”, de la que aparecen las tres primeras hipótesis menos la del genio maligno, que aparece en Meditaciones metafísicas, es decir, aplicando su método, siendo la “duda metódica” su fase de análisis. Aparece el primer principio o fundamento: la evidencia “pienso, luego soy”.
-       Ahora comienza la deducción de las sustancias:
2. Desde "Posteriormente, examinando con atención lo que yo era, y viendo..." hasta "...no dejaría de ser cuanto ella es".  Deducción de la res cogitans o explicación de la naturaleza del yo a partir del “cogito”: aunque exista la materia, el cuerpo, si yo no tengo “conciencia de”, no existo, no puedo saber que existo. Es la conciencia la que da certeza de la existencia. Luego yo existo como conciencia o pensamiento, soy una sustancia o cosa que piensa, independiente de la materia. Esto es una evidencia, por la claridad y distinción con que es captada la independencia entre pensamiento y cuerpo o materia. Por eso pensamiento y cuerpo o materia son sustancias, por ser independientes.
  3.Desde "Analizadas estas cuestiones..." hasta "...cuáles son aquellas que concebimos distintamente". Del “cogito” deriva el criterio de certeza: toda proposición concebida clara y distintamente, como el “cogito”, será verdadera.
4. Desde "A continuación, reflexionando sobre que yo dudaba..." hasta "...lo pueda ser cualquier demostración de la geometría".  Demostración de la existencia de Dios y conocimiento de su naturaleza a partir del “yo pienso”:
  4.1 Desde "A continuación, reflexionando sobre que yo dudaba..." hasta "...es decir, para explicarlo con una palabra, que fuese Dios". Demostración de la existencia de Dios basada en la idea innata de perfección: la idea de perfección es innata pues la capto con claridad en el “pienso, luego soy”: puesto que dudo, soy imperfecto. ¿Quién causa esa idea? Una naturaleza o sustancia perfecta: Dios. La conexión causal Dios o realidad perfecta – idea de perfección es verdadera por ser evidente. Dios reúne todas las perfecciones que yo puedo conocer (“de las cuales yo podía tener alguna idea”).
  4.2 Desde "A esto añadí que, puesto que conocía algunas perfecciones..." hasta "...no podían subsistir sin él ni un solo momento". Demostración de la existencia de Dios como causa de mi ser: por conocer algunas perfecciones que no poseo, deduzco que Dios existe y del cual dependo, porque si solo existiera yo, las ideas que tengo de perfecciones respecto a mí serían completas, no participativas en cierto grado.
A continuación Descartes describe la naturaleza de Dios: omnisciente, constante, sin pasiones (“tristeza”), no compuesto (luego es una sustancia o realidad más junto con el pensamiento y el cuerpo). Declara a Dios como sustancia de pleno derecho, es decir, ser independiente, de la que dependen la sustancia pensante y la sustancia extensa.
4.3.Desde "Posteriormente quise indagar otras verdades..." hasta "...lo pueda ser cualquier demostración de la geometría".Argumento ontológico: las verdades matemáticas son ciertas por concebirlas con evidencia, es decir, con la misma evidencia que se muestra que la existencia debe comprenderse en la idea de Ser Perfecto, como una propiedad más. Al inicio del párrafo aparecen también los modos de la sustancia extensa, conocidos con evidencia garantizada por el Dios perfecto, como más adelante mostrará. Descartes presenta una concepción matematizante de la realidad física.
    5. Desde "Pero lo que motiva que existan muchas personas..." hasta "...si nuestro entendimiento no interviene en ello". Réplica al empirismo de la escolástica:
-           -   Debemos utilizar la facultad adecuada para conocer la existencia de Dios y del alma: la razón.
-         - La certeza proviene del entendimiento, véase las hipótesis de la duda metódica: es la razón, al margen de los sentidos, la que capta la intuición del “cogito”, de la que deduce las siguientes evidencias o principios de la filosofía.
6. Desde "En fin, si aún hay hombres..." hasta el final. Dios garante de la evidencia de la razón, es decir, del criterio de verdad, pero no de la evidencia de los sentidos, disipando la hipótesis de la imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño.

COMPARACIÓN DESCARTES-ORTEGA:
En cuanto a la realidad:

-Para Descartes lo real es la sustancia, aquello que es en sí y que para ser no necesita de otra cosa, es decir, el ser independiente. Descartes determina tres sustancias: infinita o Dios, pensante y extensa. Estas dos últimas son sustancias dada la claridad y distinción, la evidencia, con que intuyo la independencia entre ambas. Es más, del “pienso, luego soy” deriva la certeza sobre todo lo real, es decir, para Descartes el mundo externo es dudable, lo que proporciona certeza es la evidencia de la mente: existe el pensamiento que, siguiendo su regla de la evidencia, muestra la existencia y naturaleza de Dios –bueno y veraz, garante del conocimiento- y la existencia de una realidad externa o mundo, la res extensa, correspondiente a mis ideas verdaderas. Por el contrario, para Ortega la realidad primordial, radical, es la vida, es decir, el yo-con-las-cosas, eliminándose lo que “desde las circunstancias” de Ortega era la ceguera del idealismo al que conducirá la filosofía cartesiana: la independencia de la subjetividad. Para Ortega el dato indubitable no es el “yo pienso” cartesiano, sino una relación: alguien que piensa, que se da cuenta y lo otro de que me doy cuenta, es decir, la vida, la de cada individuo, pueblo o época.
-Otra característica de la sustancia, del “yo pienso” cartesiano, es la permanencia, es un ser estático, atemporal. Por el contrario, para Ortega la vida es cambio, desarrollo, historia.
-Semejanza: tanto Descartes como Ortega coinciden en la necesidad de descubrir el dato radical, la realidad indubitable (el “yo pienso” para Descartes, el “yo-con-las-cosas” para Ortega).

En cuanto al conocimiento:
-La razón para Descartes es única, de la que participan todos los individuos. Según Descartes la única razón, utilizando un único método –las cuatro reglas del método- dará lugar a una única ciencia, la Mathesis Universalis: un conocimiento total, absoluto de la realidad. Para Ortega esta razón cartesiana (lógico-matemática) es una abstracción, esta razón pura ha de ser sustituida por una razón vital, una razón que nos enseña la primacía de la vida, una razón que es histórica, que nos permite entender al hombre mediante la comprensión de las creencias e ideas que cada individuo, generación y cultura han utilizado para dar un sentido al problema de su existencia, de su vida.
-Para Descartes podemos llegar a alcanzar la certeza, la seguridad en la verdad objetiva y universal. Descartes es dogmático y en opinión de Ortega utópico (porque proporciona una verdad no localizada, vista desde lugar ninguno). Frente a Descartes, Ortega presenta su perspectivismo: la realidad se conoce desde una posición concreta, todo conocimiento está anclado en un punto de vista, en una situación. Además es necesario que las distintas perspectivas se complementen. En su propia esencia la realidad misma es perspectivística, multiforme.
-Criterio de certeza: para Descartes es la claridad y distinción, es decir, la evidencia racional con que capto la verdad de una proposición, como ocurre con el “pienso, luego soy”, por tanto en una comunidad o coincidencia respecto a la verdad. Ortega también propone un criterio de certeza, de seguridad en la verdad: la divergencia en la verdad, fruto de la diferencia de perspectiva.
-Semejanza: a) Ortega considera que la filosofía es un conocimiento que descansa en intuiciones, es decir, en evidencias. Como Descartes, Ortega entiende que es posible otro tipo de intuición que la sensible.
                    b) Valoración de la duda: Descartes utiliza la duda como método para alcanzar evidencias sobre las que construir el edificio del conocimiento. Para Ortega la duda es necesaria, convierte en ideas a las creencias, hace que el hombre se dé cuenta que está sumergido en las creencias, de que es dueño de ellas y no al revés, y esta es la misión ingrata del filósofo.

ACTUALIDAD:
Descartes es el iniciador del pensamiento racionalista y su obra tiene una repercusión definitiva en la filosofía moderna. Heidegger, al hablar de él, afirma: “Toda la metafísica moderna, incluido Nietzsche, se sustenta en la interpretación del ser y de la verdad introducidas por Descartes”. A partir de Descartes el pensamiento moderno tomará como punto de partida el ser mental. Entre las ideas que configuran el espíritu cartesiano y que han quedado como herencia suya en el desarrollo de la filosofía podemos resaltar: 
Por un lado, la idea de la matemática universal, que es aplicable a toda la realidad, y cuya afirmación fundamental es la de que todo conocimiento científico es científico en la medida que es matemático. 
Con respecto al conocimiento científico también podemos decir: el objetivo de Descartes es alcanzar la certeza, es decir, no sólo obtener un conocimiento verdadero, sino que podamos estar seguros de su verdad. Este deseo de seguridad en la obtención del conocimiento lo observamos en el proceder científico actual. Lo que caracteriza al conocimiento científico del que no lo es, es la utilización de un método, el hipotético-deductivo, que parece dar garantías del conocimiento que produce. No obstante la ciencia, tras pasar la crítica de Popper al “verificacionismo” del Círculo de Viena proponiendo el “falsacionismo” como manera adecuada de entender la contrastación de teorías, ya no proporcionará un conocimiento verdadero de manera absoluta, sino una verdad provisional. Sin embargo, en el sentido del Falsacionismo de Popper, sí podemos alcanzar certeza lógica de la falsedad de una teoría científica.
 Resaltamos la semejanza entre la actitud cartesiana y el proceder científico: esa utilización del método. Para nosotros, lo que proporciona fiabilidad a una información es el procedimiento adecuado por el que se ha conseguido. Y aún más: para Descartes la existencia de Dios garantiza o fundamenta el método utilizado, gracias al cual alcanzar ciencia. Aunque la respuesta no nos parezca válida, en la actualidad perdura el problema que Descartes quiso solucionar: la fundamentación del conocimiento científico fundamentando el método. ¿Cuál puede ser el fundamento del proceder científico en la actualidad? El acuerdo o consenso de la comunidad científica en ese procedimiento. Esto nos lleva a hablar de la ciencia ortodoxa o paradigma, siguiendo a T. Kuhn. Un paradigma es una concepción general del mundo que incluye teorías, métodos de investigación, aparatos de experimentación...Cada paradigma establece qué es un problema científico, cuál es el método que hay que emplear y qué se acepta como solución. La sustitución de un paradigma por otro se denomina revolución científica. Los paradigmas son inconmensurables entre sí.El acuerdo de los científicos para decidirse por uno u otro depende de gustos, intereses, influencias sociales, creencias...Con estas afirmaciones de Kuhn, la racionalidad y objetividad científicas (también buscada por Descartes con su concepto de "certeza") y la idea de progreso científico parecen ceder su puesto al relativismo y subjetivismo. Abundando en este relativismo está la opinión de Paul Feyerabend, quien apuesta por la pluralidad de métodos con su frase "todo vale": no existe una fundamentación, por tanto, del único método adecuado.